Iba tarde. La jornada se fue con la fugacidad de un pensamiento. Una mirada al reloj: tenía quince minutos para llegar al templo. Debía predicar esa noche de miércoles en el servicio religioso. “¿Tiene afán?”, me preguntó el conductor del taxi. “Algo, pero no hay problema”, respondí mientras echaba una ojeada a los apuntes del sermón. Tomo una avenida, luego una calle menos transitada y, justo cuando nos enfilábamos hacia la iglesia, chocó otro vehículo.
–Cretino, ¿no ves lo que haces?—le gritó, sin ocultar la molestia–. Me dañaste el auto–advirtió.
–Déjalo, se puede arreglar, bajemos a mirar que ocurrió—le dije tratando de calmar los ánimos. El hombre miró la Biblia que yo llevaba junto con la agenda, luego a mi cara y replicó furioso: “Claro, como no es su carro…”.
Sin mediar palabra se bajó del automotor y se dirigió al motorista de enfrente, que le esperaba atónito. Le dijo unas cuantas palabras feas que bien podrían ocupar un diccionario de vulgaridades y en cuestión de segundos, la discusión subió de tono y terminó en gresca. Sobra decir que fue inútil intentar separar a los espontáneos contendores. Poco tiempo después de la reyerta, llegaron dos agentes de policía. No pidieron explicaciones. Llevaron a los improvisados peleadores a la Delegación.
–Lamento no haberle llevado hasta su destino—me dijo el conductor mientras le llevaban hasta la camioneta policial.
–Ya ves, la jornada del día nos cambió en segundos—concluí. Seguí mi camino, al fin y al cabo restaban dos cuadras para arribar al templo. Llegaría tarde de todos modos.
¿Cómo afecta la falta de dominio propio?
La falta de dominio propio puede desviar el curso normal de los acontecimientos. La ira enfocada hacia el deseo de tomar venganza o al menos, de hacer valer nuestra opinión por encima de los demás, desencadena malentendidos y problemas. Por esta razón recomendó el apóstol Pablo: “Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no nos hace cobardes, sino que él es para nosotros fuente de poder, amor y buen juicio” (Nuevo Testamento, la palabra de Dios para todos).
Es probable que ante la más mínima provocación usted reacciones airadamente e incluso, desate problemas. Las Escrituras llaman a esta actitud falta de dominio propio. ¿Ocurre en su vida? Pues le tengo una muy buena noticia. La Palabra de Dios también dice que, gracias al Espíritu Santo, logramos el poder suficiente para cambiar. Usted puede lograrlo. Basta con que se rinda a los pies del Señor Jesús y le pida que tome control de su ser…
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