El reloj despertador sonó como si enseguida de la cama estuviera una orquesta de pueblo. Como en otras ocasiones no le faltaron ganas de estrellarlo contra el suelo, pero se contuvo. Lo embargaba la sensación de que la alarma se activaba justo cuando estaba en lo mejor del sueño…
6:35 am. El baño estaba delicioso. Dejó que el agua corriera por su cuerpo mientras que, sosteniéndose en una pared de la ducha, ponía en orden sus pensamientos. 6:43 am. Echó una nueva pasada de betún a los zapatos. Llevaba tres días sin hacerlo. Apenas si logró sacarle algo de brillo.
6:49 am. Se bebió el café negro sin azúcar con mucha rapidez. El pan ni lo miró. Deseaba llegar pronto al paradero de autobuses. Tenía mucho trabajo. 6:55 am. Se anudó la corbata. Quedó mal en la intersección de las dos puntas. De nuevo empezar. Ahora sí estaba como le gustaba. Pasó la peinilla por el cabello, se miró por última vez al espejo y salió apresuradamente.
6:59 am. Saludó a Holegario, el vecino de enfrente. Trabajaba en un condominio. Buena persona. Lo mejor era esquivarlo, pensó, porque de pronto le diría que lo esperaba el domingo próximo para ir al templo. ¡No tenía tiempo para conversaciones religiosas!. 7:01 am. Estaba en la bahía de estacionamiento. Uff, pronto llegaría a la oficina.
7:09 am. Un auto se subió, siete metros atrás, en el andén. Fue la única manera que encontró el conductor de no estrellarse con un vehículo de transporte urbano. En esas fracciones de segundo no alcanzó a calcular adónde dirigirse. El hombre que estaba de pie, tampoco. Fue arrollado. El impacto le causó la muerte. 7:25 am. Una sirena se escucha a lo lejos. Es la ambulancia. Algunos opinan que no tiene sentido porque ya murió. Otros aseguran que es mejor que agilicen las diligencias de levantamiento del cadáver…
¿Se ha preguntado cómo aprovecha cada instante de su vida? Probablemente no, sin embargo lo haría al saber que es el último día que le queda. Disfrutaría cada instante. No perdería segundo. Abrazaría a su cónyuge, revolvería el cabello de su hijo y con una sonrisa le expresaría lo más amable que hallara en su repertorio, saludaría al vecino de enfrente, no refunfuñaría si alguien lo tropezara en el ascensor…
El apóstol Pablo advirtió hace ya varios siglos: “Por eso hay que tener mucho cuidado con la forma de vivir. No vivan como la gente necia, sino con sabiduría. Esto quiere decir que deben aprovechar toda oportunidad para hacer el bien, porque estamos en una época llena de maldad” (Efesios 5:15, 16).
Sus palabras nos dejan la sensación de que quizá estamos viviendo el último día. Pero además, que debemos vivirlo como si fuera el último. Eso es lo que Dios quiere para nosotros. Pero además, ¿adónde iría si muriera ahora? Sin ser fatalista, podría perderse por la eternidad. ¿Cómo evitarlo? Pidiendo al Señor Jesucristo que entre en su corazón…
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