Su relación sentimental no tuvo mayores inconvenientes, salvo las diferencias triviales de que a él le gustara la pizza mientras que a Adriana el helado. Nada irreconciliable. Pero aún en circunstancias así, llegar a un acuerdo era tanto como salvar un muro enorme y saltar del otro lado, dando solidez al amor que se profesaron desde adolescentes.
En el barrio los llamaban “Cupido en bicicleta” porque, ante la precariedad económica, era su único medio de locomoción. Era todo un espectáculo verlos juntos sorteando los baches de la vía y coincidiendo sobre qué ruta tomar, camino al trabajo.
Por supuesto que experimentaron momentos difíciles, como el día que le contaron a la joven que su esposo andaba en malos caminos. Afortunadamente la situación se resolvió. Quedó claro que todo fue producto de un chisme sin fundamento.
Los problemas económicos tampoco les robaron la paz. Al comienzo del matrimonio sostuvieron dos querellas, pero aprendieron que la única manera de sobreponerse a las crisis era permaneciendo unidos.
La historia de sus vidas no tuvo un final feliz como en los cuentos. Una mañana lluviosa los arrolló un autobús en pleno centro de la ciudad. El hombre del automotor iba peleándose con otro motorista para comprobar quién lograba transportar más pasajeros. Ensimismado en la gresca no advirtió a la pareja que se movilizaba algunos metros adelante, y los atropelló.
No dos, sino una sola persona
Aún en el sepelio estuvieron juntos. Algo que siempre les caracterizó. La historia nos lleva a recordar la escena en la que un grupo de líderes religiosos le preguntaron al Señor Jesús si era viable el divorcio. El les explicó que “…en el comienzo Dios creó al hombre y a la mujer. Por eso el hombre dejará a su papá y a su mamá para unirse a su esposa. Y ese hombre y su esposa serán como una sola persona. Así que ya no son dos sino uno solo. Esas dos personas han sido unidas por Dios, y nadie debe separar lo que Dios ha unido” (Marcos 10:5-9. Nuevo Testamento: la Palabra de Dios para todos).
La pareja del relato protagonizó una relación en la que primaron la permanencia y estabilidad por encima de las diferencias. Y fueron a la eternidad juntos. ¡Qué diferente de los integrantes de un matrimonio que buscan la separación al más mínimo tropiezo! Si atraviesa por problemas en su hogar, no renuncie. No es el momento. Pida la ayuda de Dios. Permita que Jesucristo reine en su familia. Con Su ayuda encontrará la sabiduría y prudencia necesarias para manejar los problemas. Con serenidad podemos encontrar salida a las dificultades…
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