Objetivo:
Comprender y aceptar el amor de Dios y mostrarles su amor a los demás.
Introducción
A veces experimentamos su amor en nuestros sentimientos, en el sentido de que pudiéramos decir que estamos complaciéndonos en el fervor de su amor. Pero por lo general reconocemos el amor de Dios por nosotros en lo que Él ha hecho. El capítulo del amor (1 Corintios 13) define el amor no como algo que se siente sino algo que se expresa en hechos.
En esta unidad hemos estudiado acerca del crecimiento espiritual. La prueba positiva de crecimiento espiritual es mostrarles a otros el amor de Cristo en nuestra vida, no sólo a quienes son de la familia de la fe, sino también a los perdidos y desamparados del mundo.
El amor es el mayor, porque todas las demás virtudes tienen en él su origen. La predicación elocuente, el conocimiento asombroso, la mucha fe, buenas obras, e incluso el martirio son inútiles sin amor (1 Corintios 13:1-4). Dios quiera que, gracias a este estudio, aumente nuestro deseo de crecer en el amor a Dios y a los demás.
Comentario bíblico
I. Acepte el amor de Dios (Romanos 5:5-8)
A. El don del amor de Dios
Pregunta: ¿Por qué la gente tiende a ser escéptica cuanto a recibir regalos?
A veces cuando alguien quiere dar un regalo, el beneficiario titubea en aceptarlo. Se nos ocurren pensamientos como estos: “Nadie da nada por gusto” y “Algo está tratando de conseguir”. No cabe duda de que hay algo de cierto en el dicho “no se consigue algo por nada”.
Aun con Dios se cumple eso. Dios nos ofrece su amor como un don. Recibimos ese don cuando ponemos en Dios nuestra fe y confiamos en Él. Y como declaró Pablo en Romanos 5:5, “la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”. No nos consideremos tan importantes, como si hubiéramos hecho algo grande, ya que debemos reconocer que pusimos nuestra esperanza en Dios porque estábamos desesperados.
Pablo no deja lugar para la duda en cuanto a nuestra condición antes que recibiéramos el don del amor de Dios. Éramos “débiles”, “impíos” y “pecadores” (vv. 6,8 ). Carecíamos de poder para ganar la justificación con Dios. Lo mejor que podíamos ofrecer en el sentido de justicia propia es como “trapo de inmundicia” para Dios (Isaías 64:6). Cada uno de nosotros andaba sin Dios y no había dado en el blanco, y estábamos destituidos de su gloria (Romanos 3:23).
Pregunta: ¿Qué frase de dos palabras señala el punto decisivo en estos dos pasajes?
La frase “pero Dios” (Efesios 2:1-10; Romanos 5:8 ) señala el cambio en esos pasajes. Cristo no murió por una persona justa o ni siquiera una persona buena que sea amable y generosa. Murió por los pecadores. Pero Dios, sabiendo que la paga del pecado es muerte, nos dio el don de su amor, que es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (6:23).
B. Grandeza del amor de Dios
La grandeza del don del amor de Dios se muestra al hacer hijos suyos a quienes reciben ese amor. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce” (1 Juan 3:1). Nos resulta totalmente extraña la idea de que Dios nos ama tanto que quiere adoptarnos en su familia.
El ser hijo de Dios implica beneficios y responsabilidades.
Pregunta: ¿Cuáles son algunas de las ventajas de ser hijo de Dios?
Romanos 8:14-17 menciona estos beneficios: la dirección del Espíritu, conociendo a Dios como “Padre”, el testimonio del Espíritu y el ser heredero de Dios y coheredero con Cristo.
Pregunta: ¿Cuáles son algunas de las responsabilidades de ser hijo de Dios?
1 Pedro 2:21-24 habla del ejemplo de Cristo para que sigamos “sus pisadas”. Tenemos la responsabilidad de sufrir por Cristo, consagrarnos a Dios y vivir rectamente.
Pregunta: ¿Cómo puede alguien llegar a ser hijo de Dios?
Juan 1:12 afirma: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Por la fe recibimos el don de la salvación y nos convertimos en hijos de Dios (véase también Efesios 2:8,9).
La grandeza del amor de Dios también se ve en la provisión de la salvación por parte de Dios. Envió a Jesucristo para que fuera la propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4:10). La palabra “propiciación” alude a un sacrificio hecho para satisfacer los justos requisitos de Dios. Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador, de modo que envió a Cristo para que muriera por nosotros.
Dios creó al hombre para que tuviera comunión con Él. Pero el pecado interrumpió la relación del hombre con Dios, convirtiendo al hombre en enemigo de Dios. Pablo tenía eso en mente cuando dijo que éramos enemigos de Dios. En su deseo de restaurar las buenas relaciones con nosotros, Dios nos reconcilió con Él por la muerte de Jesucristo (Romanos 5:10).
Se ha definido la religión como la tentativa del hombre de llegar hasta Dios. El cristianismo es diferente de cualquier otra religión en que es Dios quien toma la iniciativa de llegar hasta nosotros. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
La grandeza del amor de Dios se ve también en su deseo de darnos vida (1 Juan 4:9). Cuando el hombre fue creado y puesto en el huerto, fue el deseo de Dios que disfrutara de la vida y de la comunión con Él. Pero Adán decidió no hacer caso de la advertencia de Dios de que “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). El pecado causó la muerte física y espiritual. Dios envió a Jesucristo al mundo para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia (Juan 10:10).
La vida que Jesucristo nos da vence aun la muerte física. La esperanza del cristiano incluye la resurrección del cuerpo. En aquel día glorioso, los efectos del pecado serán destruidos para siempre y disfrutaremos de vida eterna en la presencia del Señor (véase Apocalipsis 21,22).
Dios es amor (1 Juan 4:8 ). Su naturaleza manifiesta la grandeza de su amor y su carácter es actuar con amor (v. 10). No es de extrañarse que el apóstol Pablo pidiera que seamos “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3:18,19).
II. Ame a Dios (Salmo 116:1,2; Marcos 12:29,30)
A. Con todo su ser
En el Salmo 116, el salmista expresa su gratitud a Dios por haber sido librado de la muerte. Es como reacción ante la respuesta de Dios a sus oraciones que él expresa su amor a Dios (v. 1). Dijo que invocaría y amaría a Dios mientras viviera (v. 2).
No sólo debemos amar a Dios con toda nuestra vida; tenemos que amar a Dios con todo lo que somos. Se acercó a Jesús uno de los escribas, maestro de la ley, que le preguntó cuál era el mandamiento más importante. La respuesta de Jesús vino de Deuteronomio 6:4,5. Confirma la unidad de Dios y la relación que Israel tiene con Dios como su pueblo del pacto. Como es el único Dios verdadero, y gracias a su pacto, se le debe amar de todo corazón.
Muchos se complican tratando de definir lo que significa amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. Concentrémonos más bien en lo que Jesús está diciendo aquí. Debemos amar a Dios con todo nuestro ser.
B. Con obediencia
Todos los padres suponen que sus hijos se amen los unos a los otros. Dios espera que quienes lo aman también amen a sus hijos (1 Juan 5:1).
Parece extraña la declaración del versículo 2. En el capítulo anterior, Juan dio a entender que es imposible amar a un Dios invisible si no amamos a las personas con quienes tenemos contacto cada día (4:20).
No podemos separar la relación que tenemos con Dios de las relaciones que tenemos con los demás. La forma en que usted trate a su compañero afectará su relación con Dios. Y su relación con Dios debe afectar la forma en que usted trata al compañero. Por ejemplo, cuando Dios tiene misericordia de nosotros, debemos tenerla de los demás (Mateo 18:33). Cuando ayudamos a un hermano necesitado, hemos servido a Jesucristo (Mateo 25:40).
Por eso Juan dijo que, para mostrar amor a los hijos de Dios, debemos amar a Dios y guardar sus mandamientos. Pero no debe ser una obediencia a regañadientes por temor al castigo. Es un servicio alegre, con un vehemente deseo de agradar a Dios. El obedecer los mandamientos de Dios no es una carga (1 Juan 5:3).
III. Ame a los demás (Levítico 19:18,34)
A. Como a sí mismo
Muchos luchan con la cuestión de amarse a sí mismo. Vivimos en una cultura que tiende a ser ensimismada y ególatra. Se nos enseña a ser egoístas, aun hasta el punto del suicidio y la eutanasia. ¿Cuál es el equilibrio entre amor propio y egolatría? Levítico 19:18 declara: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Y el versículo 34 extiende eso al trato de los extranjeros como familia. Así que nos hacemos la pregunta: “¿Cómo se ama usted a si mismo sin los extremos representados en nuestra sociedad?”
En primer lugar, usted se ama a sí mismo como alguien creado a la imagen de Dios (Génesis 1:27). Después del pecado original, la imagen de Dios, aunque dañada, sigue aun en nosotros (9:6).
En segundo lugar, usted se ama a sí mismo como alguien que tiene valor porque Dios tiene un propósito y un plan para su vida (Jeremías 1:5). El Salmo 139:16 declara: “Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.”
En tercer lugar, usted se ama a sí mismo como alguien por quien Cristo murió. Dios pensó que usted era digno del sacrificio de su Hijo unigénito.
Todos los mandamientos de Dios respecto a la forma en que se ha de tratar a los demás se resumen en este único mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, (Levítico 19:18). Romanos 13:10 declara: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.”
La práctica del perdón es una forma en que expresamos ese amor a los demás. No debemos vengarnos ni guardar rencor (Levítico 19:18). Debemos mantener una perspectiva apropiada en nuestras relaciones con los demás. Colosenses 3:13 nos recuerda otra perspectiva a tener en cuenta. “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros… De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”
Otra expresión de amar al prójimo como a sí mismo se encuentra en el tratar de igual modo a todas las personas (Levítico 19:34). En la parábola del buen samaritano. Jesús enseñó que el prójimo es el que muestra misericordia y compasión con los necesitados (Lucas 10:30-37). La discriminación, el tratar a las personas de manera diferente debido a que son distintas de nosotros, no debía ser práctica del pueblo de Dios. Los israelitas supieron gracias a sus experiencias en Egipto lo que era ser maltratados. Este no fue sólo un principio para los israelitas en la época del Antiguo Testamento. Jesús nos lo aplicó a nosotros cuando nos dio la regla de oro (Mateo 7:12).
B. Como Cristo lo amó
Un popular tema cristiano que comenzó a fines de la década de los años noventa es la pregunta “¿Qué haría Jesús?” Jesucristo es el ejemplo supremo de lo que significa amar a los demás. Jesús les ordenó a sus discípulos:
“[Amaos] unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12.)
Jesús continuó su conversación con la observación de que la mayor muestra de amor es la de dar la vida por un amigo (v. 13). La esencia de eso es el morir por el bien de otro. Pero ¿qué sucedería si eso implicara el sacrificio de las ambiciones, los planes y los intereses personales? ¿Estamos dispuestos a sufrir incomodidades por un amigo? ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos para que otros sean bendecidos? Cristo hizo todo eso por nosotros, y no podemos hacer menos por los demás.
El apóstol Juan en su primera epístola recurrió al ejemplo de Cristo (1 Juan 3:16). Invitó a sus lectores a que consideraran si el amor de Cristo puede estar en ellos si no ayudan a un hermano necesitado cuando pueden ayudarlo (v. 17).
Pregunta: ¿Qué piensa que significa la expresión “cierra contra él su corazón”?
Consideramos el corazón como el centro de nuestros sentimientos. La expresión indica el no tener piedad, el no atender al hermano necesitado.
Juan les aconsejó a los creyentes que practicaran las obras de amor, no que sólo hablaran de ellas. Muchos ministerios fructíferos comenzaron con ganar almas para el reino cuando personas compasivas veían una necesidad y la satisfacían. Así comenzó la Escuela Dominical. Robert Raikes vio a los niños necesitados e hizo lo que pudo para ayudarlos. ¿Qué pudiera hacer Dios por medio de usted?
Pablo, al escribirles a los tesalonicenses, mencionó que ellos habían sido enseñados por Dios a amarse los unos a los otros (1 Tesalonicenses 4:9). No les estaba escribiendo para darles instrucciones acerca del amor fraternal, porque ya lo estaban practicando (v. 10). Pablo sencillamente quería alentarlos a que hicieran más y más (v. 11).
Pregunta: ¿Cómo habían sido enseñados los tesalonicenses por Dios a amarse los unos a los otros?
Jesús fue su ejemplo para mostrarse amor los unos a los otros. Resolvámonos a seguir el ejemplo de Cristo y su orden de que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado.
Aplicación
Tenga con un grupo de hermanos en la fe un intercambio de ideas acerca de las necesidades que saben que hay en la iglesia, en su vecindario, en las escuelas y en la comunidad. Determinen cuáles de esas necesidades pueden ellos satisfacer. Analicen cuáles pueden ayudar a resolver las personas individualmente, una clase de Escuela Dominical o la iglesia. Designe a una persona o a un grupo pequeño para que investigue más lo que puede hacerse y que formule un plan específico (quizá quiera consultarlo con su pastor). Entonces póngalo en práctica, en el nombre de Cristo, como expresión de amor.
La vida tiende a golpearnos. A veces comenzamos a sentir como si nadie nos amara. Esta lección nos ha recordado que Dios nos ama muchísimo. Aun cuando éramos pecadores. Dios nos amó. Comience a buscar al Señor y dígale cómo se siente usted. Permita que su amor entre en el corazón y le dé plenitud de vida. Entonces, al igual que el salmista, usted puede decir: “Amo a Jehová pues ha oído mi voz y mis súplicas” (Salmo 116:1).
El Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos
(1 Tesalonicenses 3:12).
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