¿Ha intentado lograr una cita con alguien muy importante? Es sumamente complejo. Primero, debe llegar primero o, al menos, entre los primeros para gestionar un espacio en la agenda de aquella persona de alto nivel con quien desea hablar. Segundo, sonreír amablemente a la secretaria y exponerle –con palabras cortas y mucha firmeza en la voz—cuál es su propósito.
Se suma otro escalón: esperar que ubiquen fecha y hora. Transcurren pocos segundos pero nos parecen una eternidad. Dependiendo de la premura que tengamos, nos parece que el tiempo se detiene y sufrimos lo indecible antes que nos indiquen el día y hora asignados.
Entre el momento en que nos definen la cita y la ocasión, pasan horas, minutos y segundos que son muy largos. Planeamos cuidadosamente cada palabra. No queremos que nada falle. Incluso, repasamos una y otra vez el diálogo y –en la imaginación– encontramos respuestas a las preguntas y las estrategias para lograr la atención del interlocutor.
Dispóngase al encuentro con Dios
¿Qué necesitamos para obtener una cita con Dios, el Creador del universo? Nada. Solo disposición. Llegamos a El en oración. Nos atiende a cualquier hora, en las circunstancias que nos encontremos y desde el lugar en que estemos.
¿Quién lo hizo posible? El Señor Jesús. El apóstol escribió: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
No requerimos pedir cita ni acudir a un intermediario. Nuestro amado Hacedor nos recibe y atiende a toda hora. ¿Había pensado en ese hecho? Es uno de las razones para amar más y más al Soberano Creador.
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